He aquí un primer farragoso fragmento, me entretendré en traducirlo próximamente.
En la época del rey Ar-Adûnakhôr culminaba la orientación de la vida de los dúnedain a lo militar, proceso notorio en la evolución de las levas. Las primeras conscripciones no eran tal cosa, sino convocatorias hechas por particulares interesados en fundar colonias en la Tierra Media, pero con el tiempo fueron creciendo en alcance e intención bélica. El primer gran reclutamiento fue el realizado para la Guerra de Sauron y los Elfos y si bien no tuvo continuidad, ya los grandes señores empezaron a participar en ellos. Después de la leva general ordenada para hacer frente a la rebelión de Herundil, Tar-Ancalimon estableció un breve servicio militar obligatorio cuyo objetivo era que todos los númenóreanos tuviesen una mínima destreza con las armas, y el reclutamiento era una de las tareas que delegó en los señores de los promontorios de Númenor; con el tiempo, el servicio militar se hizo más prolongado. El militarismo afectó no sólo a los codiciosos hombres del Rey, sino también a los cada vez más oprimidos elendili, que usaron el ejército como vehículo de su emigración a la Tierra Media.
Por tanto, las fuerzas armadas habían adquirido una dimensión descomunal tanto en su número como en su presencia en la sociedad númenóreana, hasta el punto de hacer necesario regular una nueva organización. Hasta entonces los reinos coloniales habían necesitado para su defensa de fuerzas propias además de las legiones que la metrópoli podía enviar desde lejos, por lo que cada uno tenía uno o varios ejércitos, que habían crecido sujetos a las circunstancias de cada momento, y a veces no bastaban para realizar sus tareas, o se quedaban demasiado grandes al finalizarlas. En un mismo reino podían acumularse tropas reales, guardias del gobernador, ejércitos de uno u otro origen y otros variados cuerpos de milicia y orden público en un gran desorden.
Ahora bien, por este tiempo se desarrollaron los barcos mensajeros, versiones más pequeñas de los barcos-águila de Forostar capaces de navegar sólo con sus velas casi contra el viento y que con varios mecanismos aprovechaban la fuerza del oleaje y la luz del sol para alcanzar velocidades inusitadas. Ar-Sakalthôr, llegado al trono, aprovechó la rapidez de comunicaciones proporcionada por estos nuevos barcos para aumentar el control del Cetro sobre el Imperio y asegurar sin atisbos de disyunción la mayoría de territorios que permanecía fiel a la metrópoli. Sus más duraderas realizaciones consistieron en la ordenación definitiva de la marina y el ejército del modo que heredaron los reinos númenóreanos de tiempos posteriores y la organización y nivelación de los territorios del Imperio.
Para ello Ar-Sakalthôr coordinó una gran fuerza númenóreana y separó la administración colonial militar de la civil instalando en los reinos gobiernos militares y capitanías directamente dependientes de la metrópoli y no de los gobiernos, y las fuerzas correspondientes a cada gobierno militar se denominaron ejércitos y flotas. Existía un precedente en Umbar y Pelargir, las mayores bases de Númenor. En el primero, tras la gran ampliación y fortificación de la plaza que siguió a la Guerra de los Renegados, Tar-Ancalimon instaló un poderoso gobierno militar, cuyo gobernador habría de ser diferente del civil pero igualmente elegido por el consejo del reino colonial, y que tenía jurisdicción sobre Harad desde el Harnen hasta el Tulwang, limitando con los reinos coloniales de Ondor y Ciryatandor. Al constituirse el reino colonial de Ondor, el mismo rey tampoco quiso dejar a Veantur el mando de la flota de Pelargir y separó las funciones por el mismo procedimiento. Desde Ar-Sakalthôr, los tradicionales gobernadores civiles quedaron subordinados a los militares, que pasaban a ser la máxima autoridad de los gobiernos, comandando directamente el ejército y teniendo bajo sus órdenes a un almirante para la flota; ambos rangos requerían años de preparación en la Escuela de Oficiales y de desempeño práctico en la Tierra Media.
En cuanto a la Armada, aun siendo el Rey su jefe supremo, tuvo desde Tar-Telperien un Almirante, pero a partir de Tar-Ciryatan las flotas se multiplicaron tanto en la Isla como en la Tierra Media y el título de “Señor de los Barcos y Puertos”, que Tar-Aldarion y después de él sólo una persona más (Ardulion, fundador de Míredor) habían ostentado, se recuperó para designar al hombre que comandaba a todos los Almirantes, a menudo el Rey mismo, y en caso contrario un mero administrador, nombrado o relegado según conveniencia del monarca. Pero sometida toda la fachada mortal del Belegaer, desde Lindon hasta Míredor y aun más allá, y disponiendo para mantener seguras todas sus aguas de flotas suficientes, se hizo innecesaria la existencia de otras en Númenor misma, y Sakalthôr dividió entre las de la Tierra Media las fondeadas en Rómenna (cuatro), Morionde (dos) y la parte de los barcos-águila del Sorontil que no dependía de los Señores de Forostar. La jerarquía de flota, escuadra y nave no se modificó, pues se había mostrado siempre eficiente y capaz de amoldarse a las funciones cada vez más restringidas al transporte de tropas y materiales que desde Ar-Sakalthôr fue su única función, si bien no poco importante: la restricción de la variedad de operaciones de las flotas era precisamente consecuencia de su superioridad y causa de su eficacia, ya que los ejércitos fundamentaban buena parte de su movilidad en los barcos. La mayor parte de las fuerzas armadas de Númenor no dejó de ser una flota enorme transportando una infantería de marina colosal.
Desde este momento la extensión del Imperio númenóreano vino definida por los territorios asignados a cada uno de los gobiernos militares, que éstos debían proteger. Fue éste un salto importante en la progresión militarista y conquistadora de Númenor; la reforma del estatuto colonial eliminó la figura de la federación excepto en los casos de los enanos por ser los reinos de éstos geográficamente peculiares, cavernarios en su mayoría, niveló a reinos coloniales y colonias en lo militar e impidió que ningún establecimiento númenóreano, por pequeño o distante que fuese, pudiese no ser considerado sujeto a la autoridad del Cetro y que si alguna pretendía no estarlo fuese considerada rebelde; a cambio obligaba al Cetro a proporcionar las defensas que asegurasen el asentamiento y prosperidad de la fundación. Tan pagados estaban los númenóreanos de su superioridad, que allá donde uno se instalaba su nación y su Rey se consideraban con derechos de anexión.
Un elemento simbólico importante fue la sustitución de las viejas enseñas de la época de desorden por una otorgada a cada ejército o flota que podía acompañar al Árbol Blanco y la estrella verde de Númenor; tal concesión era hecha por el Cetro, con lo que se daba a entender que la lealtad se debía no reino colonial sino a la metrópoli, preocupación principal en las reformas de Ar-Sakalthôr. En la práctica esto también implicó que entre ejércitos y flotas pudiesen ser traspasadas las legiones y escuadras que los componían, lo cual el Rey sabía necesario para evitar el apego a la tierra y mantener como única lealtad de los soldados y marinos la de la “Madre Númenor”.
Así, la correspondencia territorial en el nivel más elevado era organizativa y no de efectivos; es decir, los realmente propio de los ejércitos y flotas consistían en la serie de cuadros administrativos y de mantenimiento de las instalaciones usadas por las tropas en sí. Además de ser policía y cuerpo de ingenieros, una división, partición inmediatamente inferior al ejército, estaba entendida como la unidad mínima capaz de llevar a cabo una campaña completa; antes lo eran entidades de menor tamaño como las legiones metropolitanas[1] o los ejércitos coloniales, pero ahora se hizo a éstos cada vez más interdependientes; las divisiones tomaban de los ejércitos algo del carácter administrativo e intercambiaban sus unidades según las necesidades de los gobiernos, determinadas por la suprema autoridad del Cetro; más raramente eran movidas divisiones enteras.
Tal como Ar-Sakalthôr lo estableció, una división comprendía idealmente unos veintinueve mil hombres, repartidos en cinco legiones, éstas a su vez en ocho cohortes y éstas en cinco manípulos de a ciento cuarenta y cuatro[2]. Nunca desde Ar-Sakalthôr a una unidad le faltaron hombres: esos números fueron siempre en aumento y varias veces fue necesario separar en dos alguna división que acumulaba demasiados efectivos o crear una nueva, especialmente al incorporarse numerosos auxiliares de la Tierra Media. Pues otro cambio importante que introdujo Ar-Sakalthôr fue que reclutó regularmente por primera vez a auxiliares para formar unidades fijas y no sólo como tropas aliadas o mercenarias de apoyo, y la mayoría de ellos pertenecían a los antiguos pueblos federados. Aunque siguieron siendo tratados como inferiores y los disciplinados y resueltos dúnedain siguieron constituyendo el grueso del ejército por medio del servicio militar, en algunos lugares los auxiliares destacaron en funciones específicas, como los jinetes de Eriador, los honderos halimmi en Ciryatandor o los exploradores de Míredor y Womawas Drûs.
Con Ar-Sakalthôr acabaron también de madurar las formaciones de batalla. En la Guerra de Sauron y los Elfos, los dúnedain, componente único del ejército, destruían las líneas enemigas disparando sus arcos y artillería desde los barcos, y después desembarcaban y avanzaban en delgadas falanges, ya que cualquier númenóreano era un soldado formidable comparado con cualquier otro hombre y desde luego con un orco; nunca en los primeros tiempos se produjeron batallas que exigieran un gran nivel táctico. Posteriormente, al introducirse auxilares, la separación entre unidades inexpertas, que marchaban al frente, y veteranas, mejor protegidas en la retaguardia, perjudicó a los hombres menores en comparación con los dúnedain, que eran casi siempre veteranos; hubo batallas en las que éstos casi sólo se dedicaban a proteger la artillería mientras que aquéllos eran enviados cruelmente a derramar su sangre cuerpo a cuerpo, cayendo a veces víctimas de los proyectiles del bando propio. Con todo, cuando los avances de la artillería química lograron suficiente poder destructivo, las torres o plataformas de asedio acabaron por quedar obsoletas y el avance hacia las fortificaciones enemigas desapareció, pues las murallas eran destruidas para dejar las ciudades expuestas.
(Tar-)Calmacil es la primera persona que se conoce haya realizado estudios tácticos sistemáticos, pues tuvo numerosas ocasiones para ensayar su visión de la utilidad de disponer de alineaciones no sólo disciplinadas sino también manejables frente al desorden por encima del que sus enemigos eran incapaces de evolucionar; Calmacil y el naurnen (ver entrada del 18/07/2009 en el blog) acostumbraron a los soldados númenóreanos a las victorias sin bajas. Aunque bajo ese príncipe por imitación de su persona se permitió a algunas unidades desarrollar tácticas de paladines, en las que un gran guerrero destrozaba enemigos despreocupado de su defensa, que confiaba a los soldados comunes que lo acompañaban, él mismo estableció como más útil y racional la unidad táctica básica, el manípulo de doce por doce hombres, porque esta aritmética permitía disponer a los soldados en una variedad de falanges de diferente profundidad. Formaciones más complejas de su creación fueron el sereghír, formación de pasillos entre las filas de la infantería que absorbía el ímpetu enemigo, y el narusakal, línea de lanzas que repelía el golpe inicial de las cargas brutas levantando los cuerpos de los enemigos hacia las líneas traseras dúnedain[3]. También inventó el thangail, línea de escudos, simplificación del narusakal, y el dírnaith, que se concibió como un sereghír móvil pero acabó por ser una columna de ataque rápido para abrir brechas en las filas enemigas, mencionados ambos en el relato del desastre de los Campos Gladios.
El óptimo ejercicio de esas tácticas, que venían de la experiencia anterior pero Calmacil fijó y ordenó, perduró tanto como las artes de la forja de Númenor, pues también en el armamento los dúnedain alcanzaron un nivel de desarrollo mayor que el de cualquier otro pueblo contemporáneo, ya que los elfos de Aman no esperaban la guerra y confiaban más en su fuerza corporal, y los de la Tierra Media habían sido diezmados por Sauron. En maquinarias de asedio construyeron artefactos de ciclópeas dimensiones capaces de batir la roca más dura hasta quebrarla, y grandes vehículos que aplastaban todo a su paso; nunca dejaron de mejorar el naurnen y emplearon sustancias que corroían carne y metal por igual. Estas últimas artes no las quisieron aprender los elfos por su crueldad, pero los dúnedain no tuvieron reparos en utilizarlas contra los siervos de Sauron.
Entre los dúnedain las unidades ligeras, tanto de caballería como de infantería, desaparecieron pronto en favor de las pesadas, porque se consiguieron progresos en el trabajo del metal que permitieron hacer piezas más delgadas e incluso algunas huecas pero igualmente útiles, como las lanzas y algunas piezas de las máquinas de asedio, de modo que el armamento pesado era tan fácilmente transportable como lo era para el resto de los hombres el ligero; hasta entonces sólo los arcos solían ser huecos[4]. Su calidad ofreció al Cetro una nueva oportunidad para practicar su rapacidad: como a pesar de la larga duración del servicio militar las armas se conservaban durante más tiempo aun, se obligó al soldado que abandonaba el ejército a devolver el arma en un estado de conservación aceptable aunque tuviese que pagar a las forjas del Cetro una reparación. El criterio de lo que se consideraba aceptable servía para embolsar más o menos oro según la necesidad o avidez del Tesoro en cada momento. El control del armamento fue total desde las Guerras de los Bosques, en que algunos de los hombres que en el pasado habían sido instruidos por los númenóreanos volvieron sus armas contra sus maestros; desde entonces los componentes que requerían una técnica más avanzada eran fabricados únicamente en Númenor por el antiguo Gremio de los Forjadores de Armas, aunque los metales procediesen en su totalidad de la Tierra Media.
Seis o siete de las ocho cohortes dúnedain de cada legión se componían de hoplitas con el equipo básico de armadura, espada o hacha de combate, escudo, lanza, arco y puñal, y las otras eran de arqueros especializados, que portaban gran cantidad de flechas de varios tipos y otros proyectiles pero sabían manejar igualmente la espada de resultar necesario. Desde la alianza con Ruuriik, y por el acceso de estos enanos a los metales necesarios, la mayoría de las armaduras de los ejércitos dúnedain orientales y la de las flechas de todos fueron de acero enano, único complemento al Gremio de los Forjadores. También de los enanos traían los númenóreanos el hacha por dos vías: indirecta a través de los maestros sindar de los edain de Beleriand y directa y más importante por el trato con Baruzimabûl y Ruuriik, de modo que nunca dicha arma careció de importancia. Las filas de combatientes cuerpo a cuerpo se disponían en un ajedrezado alterno de espadachines y hacheros que se complementaban, puesto que a los dúnedain les resultaba tan cómodo destrozar al enemigo hendiendo con el hacha desde su elevada estatura como dar estocadas desde detrás del escudo, de modo que con el tiempo se redujo un arma. Para los soldados, las espadas y hachas se unificaron a imitación de Dramborleg y cada fila combatía, mientras no se llegara al desorden en el fragor del combate, tajando y estocando alternada y coordinadamente; sin bien al ir los dúnedain mejorando tácticamente, se tendió a preferir la estocada por ser mejor para el combate en formación estrecha y las espadas-hachas evolucionaron hacia la primera de las formas, dando la famosa eket, la espada corta (para las medidas númenóreanas) típica de los últimos siglos de Númenor. Los oficiales, en cambio, directamente prescindieron del hacha para moverse con más ligereza y poder dirigir mejor sus unidades.
La caballería y los auxiliares se organizaban en el mismo tipo de unidades que la infantería; era en el campo de batalla cuando se desplegaban según las necesidades tácticas. Los rávanári con el tiempo quedaron casi como la única caballería númenóreana, ya que los caballos rara vez se transportaban desde Númenor y ellos fueron los únicos que llevaron a cabo una cría extensiva. Aparte de ellos, la unidad más alta de caballería que existieron fueron cohortes, incorporadas a las legiones que se considerara conveniente. Aunque los Rávanári nunca cabalgaron en el abrupto y agreste terreno de las Anarnori, impracticable para las monturas, criaban muchos caballos junto a sus puertos de las Grandes Tierras para usarlos no sólo como bestias de carga o montura de mensajeros, como era habitual entre los demás númenóreanos, sino también para el combate. La formación más habitual era una extensa línea de catafractarios con la delantera del caballo defendida por grandes placas dentadas que se podían encadenar, y las largas lanzas al frente. Tras la federación de Ruuriik también hubo caballeros Rávanári que, armados por los enanos, combatían individualmente, a lomos de los poderosos “caballos de tonel”, así denominados por pesar tanto como un tanque de líquidos, los más grandes que se hayan conocido y que sólo ellos criaban. Tanto estos caballos como sus caballeros combatían completamente acorazados contra enemigos poderosos de gran tamaño como trolls o elefantes, y el jinete manejaba más que blandía armas de gran peso que iban apoyadas en la armadura de la montura. La acción de los Rávanári solía ser arrolladora y no tuvieron rival: nunca en todas las batallas de Númenor el enemigo rompió una línea de catafractas, ni fue tan siquiera un caballero acorazado jamás derribado de su montura.
En otras partes del Imperio númenóreano se quiso imitar a estos últimos, pero sin disponer de los caballos de tonel ni de las forjas de los enanos se quedaron en unos cuerpos exiguos mantenidos por lo pintoresco. Confiados con razón los dúnedain en la disciplina de sus formaciones a pie, las unidades montadas en estas regiones eran mayormente jinetes auxiliares, reservada la caballería pesada a los dúnedain: en Umbar y Pelargir había algunas pequeñas compañías, y en Eriador residían los Caballeros de Menelmacar, surgidos en la Guerra de Sauron y los Elfos; inspirados en el Gremio de Aventureros, hicieron de la lucha contra Sauron su estricto objetivo, que los convirtió en unos atrevidos incursores incluso después de que Tar-Ancalimon derruyese su sede de Minas Menelmacar en Orrostar, quedando basados desde entonces sólo en la Tierra Media.
Finalmente, el arma de artillería surgió de los arqueros y no se desgajó nunca del todo ya que estaba integrada en las demás unidades y se mantuvo incluso a partir de Tar-Calmacil, que fue el primero en usar artillería química. Cada cohorte disponía de un número mínimo de aparatos de diferentes tipos, usados tanto en campo abierto como en asedios o defensa de fortificaciones, y por tanto este desarrollo añadió pocos hombres a los números de la cohorte ya que casi todos eran también combatientes. Pues gracias a la robusta salud y elevada cultura de los dúnedain, tanto los ingenieros como otros cuerpos como médicos o cocineros formaban parte de la tropa, de modo que en una hipotética ocasión desesperada no existían unidades que no pudieran entrar en combate.
Ya desde los tiempos en que fueron sometidos los primeros pueblos nativos de la Tierra Media los dúnedain conocieron por aquéllos el uso de gritos de guerra, si bien durante siglos fueron considerados un gesto bárbaro, y cuando alguna unidad lo lanzaba dentro o fuera de la batalla era por propia iniciativa y desordenándose del resto del ejército. Sin embargo, Calmacil también dispuso este aspecto, reconociendo que por un lado, las voces y sin duda el ruido podían afectar al ánimo enemigo, y por otro, los sonidos coordinados servían para dirigir las formaciones. Desde entonces, los timbales y gaitas marcaron la marcha, las órdenes tácticas se dieron mediante grandes cuernos de metal, y los pífanos de una mano coordinaron a los soldados en el fragor de las luchas cuerpo a cuerpo. Y se compusieron cánticos ordenados, que las legiones cantaban con voz grave en cuanto se hallaban en formación de batalla y antes de iniciar el ataque, y sonaban como los ecos de los orossi en las cavernas de la tierra; los enemigos aprendieron a temer el silencio subsiguiente, que precedía a los disparos de las cohortes de arqueros, cuando el unísono de miles de arcos de acero hueco bramaba como una furiosa tronada previa a la descarga de un letal pedrisco.
Notas:
[1] El adjetivo “metropolitanas” es explicativo, pues la legión era la unidad que en Númenor se reunía para enviar de una vez a las colonias. Originalmente era un alistamiento hecho para establecer una colonia en la Tierra Media, empresa mayormente civil, que incluía en torno a un tercio de soldados u hombres aptos para empuñar armas de los varios millares de personas que desde Tar-Telperien el Cetro exigía se reuniesen para considerar viable cada nueva fundación. A partir de la Guerra de Sauron y los Elfos las expediciones tomaron un carácter cada vez más militar y aumentaron tanto la proporción de soldados como el número total de cada alistamiento o legión. De ahí la traducción del vocablo que hemos hecho en esta Crónica, por la similitud en significado (el nombre original era gonon, “lista”) y número con la romana.
[2] Un Hirzagar (“espada adelantada”, teniente) mandaba un manípulo, un Azgarân (“batallador”, capitán) una cohorte, un Attabar (“padre de la fuerza”, comandante) una legión, y un Attuzagar (“señor guerrero”, general) una división.
[3] Las lanzas eran curvadas y se usaban como picas hincadas en el suelo; los soldados ensartaban de su propia mano a los atacantes, se retiraban tras la segunda línea de lanzas y ésta repetía la acción; las lanzas se recuperaban en un momento posterior de la batalla o tras su fin.
[4] Aunque se aligeró el peso de armas y armaduras, se hizo de modo que sus capacidades no se viesen mermadas. La ligereza de zonas de las armas se compensaba mediante la introducción de metales pesados en los puntos deseados (cabezas de hachas, puntas de espadas) para hacerlas suficientemente contundentes.
© Breogán Rey, 2009.
En la época del rey Ar-Adûnakhôr culminaba la orientación de la vida de los dúnedain a lo militar, proceso notorio en la evolución de las levas. Las primeras conscripciones no eran tal cosa, sino convocatorias hechas por particulares interesados en fundar colonias en la Tierra Media, pero con el tiempo fueron creciendo en alcance e intención bélica. El primer gran reclutamiento fue el realizado para la Guerra de Sauron y los Elfos y si bien no tuvo continuidad, ya los grandes señores empezaron a participar en ellos. Después de la leva general ordenada para hacer frente a la rebelión de Herundil, Tar-Ancalimon estableció un breve servicio militar obligatorio cuyo objetivo era que todos los númenóreanos tuviesen una mínima destreza con las armas, y el reclutamiento era una de las tareas que delegó en los señores de los promontorios de Númenor; con el tiempo, el servicio militar se hizo más prolongado. El militarismo afectó no sólo a los codiciosos hombres del Rey, sino también a los cada vez más oprimidos elendili, que usaron el ejército como vehículo de su emigración a la Tierra Media.
Por tanto, las fuerzas armadas habían adquirido una dimensión descomunal tanto en su número como en su presencia en la sociedad númenóreana, hasta el punto de hacer necesario regular una nueva organización. Hasta entonces los reinos coloniales habían necesitado para su defensa de fuerzas propias además de las legiones que la metrópoli podía enviar desde lejos, por lo que cada uno tenía uno o varios ejércitos, que habían crecido sujetos a las circunstancias de cada momento, y a veces no bastaban para realizar sus tareas, o se quedaban demasiado grandes al finalizarlas. En un mismo reino podían acumularse tropas reales, guardias del gobernador, ejércitos de uno u otro origen y otros variados cuerpos de milicia y orden público en un gran desorden.
Ahora bien, por este tiempo se desarrollaron los barcos mensajeros, versiones más pequeñas de los barcos-águila de Forostar capaces de navegar sólo con sus velas casi contra el viento y que con varios mecanismos aprovechaban la fuerza del oleaje y la luz del sol para alcanzar velocidades inusitadas. Ar-Sakalthôr, llegado al trono, aprovechó la rapidez de comunicaciones proporcionada por estos nuevos barcos para aumentar el control del Cetro sobre el Imperio y asegurar sin atisbos de disyunción la mayoría de territorios que permanecía fiel a la metrópoli. Sus más duraderas realizaciones consistieron en la ordenación definitiva de la marina y el ejército del modo que heredaron los reinos númenóreanos de tiempos posteriores y la organización y nivelación de los territorios del Imperio.
Para ello Ar-Sakalthôr coordinó una gran fuerza númenóreana y separó la administración colonial militar de la civil instalando en los reinos gobiernos militares y capitanías directamente dependientes de la metrópoli y no de los gobiernos, y las fuerzas correspondientes a cada gobierno militar se denominaron ejércitos y flotas. Existía un precedente en Umbar y Pelargir, las mayores bases de Númenor. En el primero, tras la gran ampliación y fortificación de la plaza que siguió a la Guerra de los Renegados, Tar-Ancalimon instaló un poderoso gobierno militar, cuyo gobernador habría de ser diferente del civil pero igualmente elegido por el consejo del reino colonial, y que tenía jurisdicción sobre Harad desde el Harnen hasta el Tulwang, limitando con los reinos coloniales de Ondor y Ciryatandor. Al constituirse el reino colonial de Ondor, el mismo rey tampoco quiso dejar a Veantur el mando de la flota de Pelargir y separó las funciones por el mismo procedimiento. Desde Ar-Sakalthôr, los tradicionales gobernadores civiles quedaron subordinados a los militares, que pasaban a ser la máxima autoridad de los gobiernos, comandando directamente el ejército y teniendo bajo sus órdenes a un almirante para la flota; ambos rangos requerían años de preparación en la Escuela de Oficiales y de desempeño práctico en la Tierra Media.
En cuanto a la Armada, aun siendo el Rey su jefe supremo, tuvo desde Tar-Telperien un Almirante, pero a partir de Tar-Ciryatan las flotas se multiplicaron tanto en la Isla como en la Tierra Media y el título de “Señor de los Barcos y Puertos”, que Tar-Aldarion y después de él sólo una persona más (Ardulion, fundador de Míredor) habían ostentado, se recuperó para designar al hombre que comandaba a todos los Almirantes, a menudo el Rey mismo, y en caso contrario un mero administrador, nombrado o relegado según conveniencia del monarca. Pero sometida toda la fachada mortal del Belegaer, desde Lindon hasta Míredor y aun más allá, y disponiendo para mantener seguras todas sus aguas de flotas suficientes, se hizo innecesaria la existencia de otras en Númenor misma, y Sakalthôr dividió entre las de la Tierra Media las fondeadas en Rómenna (cuatro), Morionde (dos) y la parte de los barcos-águila del Sorontil que no dependía de los Señores de Forostar. La jerarquía de flota, escuadra y nave no se modificó, pues se había mostrado siempre eficiente y capaz de amoldarse a las funciones cada vez más restringidas al transporte de tropas y materiales que desde Ar-Sakalthôr fue su única función, si bien no poco importante: la restricción de la variedad de operaciones de las flotas era precisamente consecuencia de su superioridad y causa de su eficacia, ya que los ejércitos fundamentaban buena parte de su movilidad en los barcos. La mayor parte de las fuerzas armadas de Númenor no dejó de ser una flota enorme transportando una infantería de marina colosal.
Desde este momento la extensión del Imperio númenóreano vino definida por los territorios asignados a cada uno de los gobiernos militares, que éstos debían proteger. Fue éste un salto importante en la progresión militarista y conquistadora de Númenor; la reforma del estatuto colonial eliminó la figura de la federación excepto en los casos de los enanos por ser los reinos de éstos geográficamente peculiares, cavernarios en su mayoría, niveló a reinos coloniales y colonias en lo militar e impidió que ningún establecimiento númenóreano, por pequeño o distante que fuese, pudiese no ser considerado sujeto a la autoridad del Cetro y que si alguna pretendía no estarlo fuese considerada rebelde; a cambio obligaba al Cetro a proporcionar las defensas que asegurasen el asentamiento y prosperidad de la fundación. Tan pagados estaban los númenóreanos de su superioridad, que allá donde uno se instalaba su nación y su Rey se consideraban con derechos de anexión.
Un elemento simbólico importante fue la sustitución de las viejas enseñas de la época de desorden por una otorgada a cada ejército o flota que podía acompañar al Árbol Blanco y la estrella verde de Númenor; tal concesión era hecha por el Cetro, con lo que se daba a entender que la lealtad se debía no reino colonial sino a la metrópoli, preocupación principal en las reformas de Ar-Sakalthôr. En la práctica esto también implicó que entre ejércitos y flotas pudiesen ser traspasadas las legiones y escuadras que los componían, lo cual el Rey sabía necesario para evitar el apego a la tierra y mantener como única lealtad de los soldados y marinos la de la “Madre Númenor”.
Así, la correspondencia territorial en el nivel más elevado era organizativa y no de efectivos; es decir, los realmente propio de los ejércitos y flotas consistían en la serie de cuadros administrativos y de mantenimiento de las instalaciones usadas por las tropas en sí. Además de ser policía y cuerpo de ingenieros, una división, partición inmediatamente inferior al ejército, estaba entendida como la unidad mínima capaz de llevar a cabo una campaña completa; antes lo eran entidades de menor tamaño como las legiones metropolitanas[1] o los ejércitos coloniales, pero ahora se hizo a éstos cada vez más interdependientes; las divisiones tomaban de los ejércitos algo del carácter administrativo e intercambiaban sus unidades según las necesidades de los gobiernos, determinadas por la suprema autoridad del Cetro; más raramente eran movidas divisiones enteras.
Tal como Ar-Sakalthôr lo estableció, una división comprendía idealmente unos veintinueve mil hombres, repartidos en cinco legiones, éstas a su vez en ocho cohortes y éstas en cinco manípulos de a ciento cuarenta y cuatro[2]. Nunca desde Ar-Sakalthôr a una unidad le faltaron hombres: esos números fueron siempre en aumento y varias veces fue necesario separar en dos alguna división que acumulaba demasiados efectivos o crear una nueva, especialmente al incorporarse numerosos auxiliares de la Tierra Media. Pues otro cambio importante que introdujo Ar-Sakalthôr fue que reclutó regularmente por primera vez a auxiliares para formar unidades fijas y no sólo como tropas aliadas o mercenarias de apoyo, y la mayoría de ellos pertenecían a los antiguos pueblos federados. Aunque siguieron siendo tratados como inferiores y los disciplinados y resueltos dúnedain siguieron constituyendo el grueso del ejército por medio del servicio militar, en algunos lugares los auxiliares destacaron en funciones específicas, como los jinetes de Eriador, los honderos halimmi en Ciryatandor o los exploradores de Míredor y Womawas Drûs.
Con Ar-Sakalthôr acabaron también de madurar las formaciones de batalla. En la Guerra de Sauron y los Elfos, los dúnedain, componente único del ejército, destruían las líneas enemigas disparando sus arcos y artillería desde los barcos, y después desembarcaban y avanzaban en delgadas falanges, ya que cualquier númenóreano era un soldado formidable comparado con cualquier otro hombre y desde luego con un orco; nunca en los primeros tiempos se produjeron batallas que exigieran un gran nivel táctico. Posteriormente, al introducirse auxilares, la separación entre unidades inexpertas, que marchaban al frente, y veteranas, mejor protegidas en la retaguardia, perjudicó a los hombres menores en comparación con los dúnedain, que eran casi siempre veteranos; hubo batallas en las que éstos casi sólo se dedicaban a proteger la artillería mientras que aquéllos eran enviados cruelmente a derramar su sangre cuerpo a cuerpo, cayendo a veces víctimas de los proyectiles del bando propio. Con todo, cuando los avances de la artillería química lograron suficiente poder destructivo, las torres o plataformas de asedio acabaron por quedar obsoletas y el avance hacia las fortificaciones enemigas desapareció, pues las murallas eran destruidas para dejar las ciudades expuestas.
(Tar-)Calmacil es la primera persona que se conoce haya realizado estudios tácticos sistemáticos, pues tuvo numerosas ocasiones para ensayar su visión de la utilidad de disponer de alineaciones no sólo disciplinadas sino también manejables frente al desorden por encima del que sus enemigos eran incapaces de evolucionar; Calmacil y el naurnen (ver entrada del 18/07/2009 en el blog) acostumbraron a los soldados númenóreanos a las victorias sin bajas. Aunque bajo ese príncipe por imitación de su persona se permitió a algunas unidades desarrollar tácticas de paladines, en las que un gran guerrero destrozaba enemigos despreocupado de su defensa, que confiaba a los soldados comunes que lo acompañaban, él mismo estableció como más útil y racional la unidad táctica básica, el manípulo de doce por doce hombres, porque esta aritmética permitía disponer a los soldados en una variedad de falanges de diferente profundidad. Formaciones más complejas de su creación fueron el sereghír, formación de pasillos entre las filas de la infantería que absorbía el ímpetu enemigo, y el narusakal, línea de lanzas que repelía el golpe inicial de las cargas brutas levantando los cuerpos de los enemigos hacia las líneas traseras dúnedain[3]. También inventó el thangail, línea de escudos, simplificación del narusakal, y el dírnaith, que se concibió como un sereghír móvil pero acabó por ser una columna de ataque rápido para abrir brechas en las filas enemigas, mencionados ambos en el relato del desastre de los Campos Gladios.
El óptimo ejercicio de esas tácticas, que venían de la experiencia anterior pero Calmacil fijó y ordenó, perduró tanto como las artes de la forja de Númenor, pues también en el armamento los dúnedain alcanzaron un nivel de desarrollo mayor que el de cualquier otro pueblo contemporáneo, ya que los elfos de Aman no esperaban la guerra y confiaban más en su fuerza corporal, y los de la Tierra Media habían sido diezmados por Sauron. En maquinarias de asedio construyeron artefactos de ciclópeas dimensiones capaces de batir la roca más dura hasta quebrarla, y grandes vehículos que aplastaban todo a su paso; nunca dejaron de mejorar el naurnen y emplearon sustancias que corroían carne y metal por igual. Estas últimas artes no las quisieron aprender los elfos por su crueldad, pero los dúnedain no tuvieron reparos en utilizarlas contra los siervos de Sauron.
Entre los dúnedain las unidades ligeras, tanto de caballería como de infantería, desaparecieron pronto en favor de las pesadas, porque se consiguieron progresos en el trabajo del metal que permitieron hacer piezas más delgadas e incluso algunas huecas pero igualmente útiles, como las lanzas y algunas piezas de las máquinas de asedio, de modo que el armamento pesado era tan fácilmente transportable como lo era para el resto de los hombres el ligero; hasta entonces sólo los arcos solían ser huecos[4]. Su calidad ofreció al Cetro una nueva oportunidad para practicar su rapacidad: como a pesar de la larga duración del servicio militar las armas se conservaban durante más tiempo aun, se obligó al soldado que abandonaba el ejército a devolver el arma en un estado de conservación aceptable aunque tuviese que pagar a las forjas del Cetro una reparación. El criterio de lo que se consideraba aceptable servía para embolsar más o menos oro según la necesidad o avidez del Tesoro en cada momento. El control del armamento fue total desde las Guerras de los Bosques, en que algunos de los hombres que en el pasado habían sido instruidos por los númenóreanos volvieron sus armas contra sus maestros; desde entonces los componentes que requerían una técnica más avanzada eran fabricados únicamente en Númenor por el antiguo Gremio de los Forjadores de Armas, aunque los metales procediesen en su totalidad de la Tierra Media.
Seis o siete de las ocho cohortes dúnedain de cada legión se componían de hoplitas con el equipo básico de armadura, espada o hacha de combate, escudo, lanza, arco y puñal, y las otras eran de arqueros especializados, que portaban gran cantidad de flechas de varios tipos y otros proyectiles pero sabían manejar igualmente la espada de resultar necesario. Desde la alianza con Ruuriik, y por el acceso de estos enanos a los metales necesarios, la mayoría de las armaduras de los ejércitos dúnedain orientales y la de las flechas de todos fueron de acero enano, único complemento al Gremio de los Forjadores. También de los enanos traían los númenóreanos el hacha por dos vías: indirecta a través de los maestros sindar de los edain de Beleriand y directa y más importante por el trato con Baruzimabûl y Ruuriik, de modo que nunca dicha arma careció de importancia. Las filas de combatientes cuerpo a cuerpo se disponían en un ajedrezado alterno de espadachines y hacheros que se complementaban, puesto que a los dúnedain les resultaba tan cómodo destrozar al enemigo hendiendo con el hacha desde su elevada estatura como dar estocadas desde detrás del escudo, de modo que con el tiempo se redujo un arma. Para los soldados, las espadas y hachas se unificaron a imitación de Dramborleg y cada fila combatía, mientras no se llegara al desorden en el fragor del combate, tajando y estocando alternada y coordinadamente; sin bien al ir los dúnedain mejorando tácticamente, se tendió a preferir la estocada por ser mejor para el combate en formación estrecha y las espadas-hachas evolucionaron hacia la primera de las formas, dando la famosa eket, la espada corta (para las medidas númenóreanas) típica de los últimos siglos de Númenor. Los oficiales, en cambio, directamente prescindieron del hacha para moverse con más ligereza y poder dirigir mejor sus unidades.
La caballería y los auxiliares se organizaban en el mismo tipo de unidades que la infantería; era en el campo de batalla cuando se desplegaban según las necesidades tácticas. Los rávanári con el tiempo quedaron casi como la única caballería númenóreana, ya que los caballos rara vez se transportaban desde Númenor y ellos fueron los únicos que llevaron a cabo una cría extensiva. Aparte de ellos, la unidad más alta de caballería que existieron fueron cohortes, incorporadas a las legiones que se considerara conveniente. Aunque los Rávanári nunca cabalgaron en el abrupto y agreste terreno de las Anarnori, impracticable para las monturas, criaban muchos caballos junto a sus puertos de las Grandes Tierras para usarlos no sólo como bestias de carga o montura de mensajeros, como era habitual entre los demás númenóreanos, sino también para el combate. La formación más habitual era una extensa línea de catafractarios con la delantera del caballo defendida por grandes placas dentadas que se podían encadenar, y las largas lanzas al frente. Tras la federación de Ruuriik también hubo caballeros Rávanári que, armados por los enanos, combatían individualmente, a lomos de los poderosos “caballos de tonel”, así denominados por pesar tanto como un tanque de líquidos, los más grandes que se hayan conocido y que sólo ellos criaban. Tanto estos caballos como sus caballeros combatían completamente acorazados contra enemigos poderosos de gran tamaño como trolls o elefantes, y el jinete manejaba más que blandía armas de gran peso que iban apoyadas en la armadura de la montura. La acción de los Rávanári solía ser arrolladora y no tuvieron rival: nunca en todas las batallas de Númenor el enemigo rompió una línea de catafractas, ni fue tan siquiera un caballero acorazado jamás derribado de su montura.
En otras partes del Imperio númenóreano se quiso imitar a estos últimos, pero sin disponer de los caballos de tonel ni de las forjas de los enanos se quedaron en unos cuerpos exiguos mantenidos por lo pintoresco. Confiados con razón los dúnedain en la disciplina de sus formaciones a pie, las unidades montadas en estas regiones eran mayormente jinetes auxiliares, reservada la caballería pesada a los dúnedain: en Umbar y Pelargir había algunas pequeñas compañías, y en Eriador residían los Caballeros de Menelmacar, surgidos en la Guerra de Sauron y los Elfos; inspirados en el Gremio de Aventureros, hicieron de la lucha contra Sauron su estricto objetivo, que los convirtió en unos atrevidos incursores incluso después de que Tar-Ancalimon derruyese su sede de Minas Menelmacar en Orrostar, quedando basados desde entonces sólo en la Tierra Media.
Finalmente, el arma de artillería surgió de los arqueros y no se desgajó nunca del todo ya que estaba integrada en las demás unidades y se mantuvo incluso a partir de Tar-Calmacil, que fue el primero en usar artillería química. Cada cohorte disponía de un número mínimo de aparatos de diferentes tipos, usados tanto en campo abierto como en asedios o defensa de fortificaciones, y por tanto este desarrollo añadió pocos hombres a los números de la cohorte ya que casi todos eran también combatientes. Pues gracias a la robusta salud y elevada cultura de los dúnedain, tanto los ingenieros como otros cuerpos como médicos o cocineros formaban parte de la tropa, de modo que en una hipotética ocasión desesperada no existían unidades que no pudieran entrar en combate.
Ya desde los tiempos en que fueron sometidos los primeros pueblos nativos de la Tierra Media los dúnedain conocieron por aquéllos el uso de gritos de guerra, si bien durante siglos fueron considerados un gesto bárbaro, y cuando alguna unidad lo lanzaba dentro o fuera de la batalla era por propia iniciativa y desordenándose del resto del ejército. Sin embargo, Calmacil también dispuso este aspecto, reconociendo que por un lado, las voces y sin duda el ruido podían afectar al ánimo enemigo, y por otro, los sonidos coordinados servían para dirigir las formaciones. Desde entonces, los timbales y gaitas marcaron la marcha, las órdenes tácticas se dieron mediante grandes cuernos de metal, y los pífanos de una mano coordinaron a los soldados en el fragor de las luchas cuerpo a cuerpo. Y se compusieron cánticos ordenados, que las legiones cantaban con voz grave en cuanto se hallaban en formación de batalla y antes de iniciar el ataque, y sonaban como los ecos de los orossi en las cavernas de la tierra; los enemigos aprendieron a temer el silencio subsiguiente, que precedía a los disparos de las cohortes de arqueros, cuando el unísono de miles de arcos de acero hueco bramaba como una furiosa tronada previa a la descarga de un letal pedrisco.
Notas:
[1] El adjetivo “metropolitanas” es explicativo, pues la legión era la unidad que en Númenor se reunía para enviar de una vez a las colonias. Originalmente era un alistamiento hecho para establecer una colonia en la Tierra Media, empresa mayormente civil, que incluía en torno a un tercio de soldados u hombres aptos para empuñar armas de los varios millares de personas que desde Tar-Telperien el Cetro exigía se reuniesen para considerar viable cada nueva fundación. A partir de la Guerra de Sauron y los Elfos las expediciones tomaron un carácter cada vez más militar y aumentaron tanto la proporción de soldados como el número total de cada alistamiento o legión. De ahí la traducción del vocablo que hemos hecho en esta Crónica, por la similitud en significado (el nombre original era gonon, “lista”) y número con la romana.
[2] Un Hirzagar (“espada adelantada”, teniente) mandaba un manípulo, un Azgarân (“batallador”, capitán) una cohorte, un Attabar (“padre de la fuerza”, comandante) una legión, y un Attuzagar (“señor guerrero”, general) una división.
[3] Las lanzas eran curvadas y se usaban como picas hincadas en el suelo; los soldados ensartaban de su propia mano a los atacantes, se retiraban tras la segunda línea de lanzas y ésta repetía la acción; las lanzas se recuperaban en un momento posterior de la batalla o tras su fin.
[4] Aunque se aligeró el peso de armas y armaduras, se hizo de modo que sus capacidades no se viesen mermadas. La ligereza de zonas de las armas se compensaba mediante la introducción de metales pesados en los puntos deseados (cabezas de hachas, puntas de espadas) para hacerlas suficientemente contundentes.
© Breogán Rey, 2009.
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